Wednesday, May 05, 2010

alamos


...y los álamos miraban todos a la montaña esperando el sol del invierno. Muchos mostraban sus cicatrices de las guerras de antaño casi con orgullo. Yo miraba sus plegarias tratando de decifrar el murmullo de su lenguaje.

otoño


aquel día un hombre alto y gordo llevaba el sarcófago en silencio... yo llevaba mis tres gatos en el hombro y cambiaba uno de hombro en hombro para equilibrar el peso, mis tres abuelas rezaban con garbanzos esos rezos extraños y pestilentes, mi madre loca como una granada roja, llevaba el vestido abierto y se le veían los pechos, mi padre la tapaba de vez en cuando con un sombrero de paja gris...atravesábamos el jardín interminable de malezas y hierbas tan grandes como montañas, mis gatos se quejaban de vez en cuando... mis hermanos jugaban en secreto para que las abuelas no se crisparan

"llegó la hora" dijo el hombre y mi madre gritó al cielo con un dolor indescriptible, ahi las abuelas lanzaron los garbanzos como ojos de liebres al suelo, la que podía ver los volvía a recoger para retomar la letanía, mi padre abrazaba a mi madre con sus garras de elefante, mis hermanos se repartían golosinas secretamente, mi hermana se anudaba el columpio de trenzas interminables al cuello y de pronto mis gatos mudaban en palomas grises y mudas y de pronto... y de pronto...y de pronto, mi madre soltaba sus granadas que rodaban por la tierra húmeda y la caja que guardaba el cuerpo se abría para dejar caer un chorro intenso de jugo rojo y transparente... mi madre ... loca, como una diosa de agua y fuego, se adelantaba al sarcófago las tres abuelas la sujetaban con sus dientes, del pelo, del cuello, de los brazos y de pronto el sarcófago abierto dejaba caer mi propio cuerpo que yacía en la tierra como un montón de hojas muertas...

mis gatos volvían a los árboles a sus nidos a empollar más ratones y yo me quedaba frente a un dolor que no comprendía ya que sentía desde lo más profundo que era el tiempo de mi propio otoño

las tardes de otoño


mi abuela hervía las abejas hasta darles un dorado imposible, las metía a la olla completas con aguijón y todo, mis hermanos revoloteaban alrededor en la gran cocina, mi hermana hacía un columpio con su propia trenza y yo me escondía debajo de la mesa a esperar que los gatos hambrientos se fueran y eso sólo ocurría cuando las abejas estaban en su punto. otras veces me iba de la cocina y me metía debajo del piano donde mi madre me había engendrado con mi padre y me quedaba ahçi sintiendo aquel calor protector..

"ya está listo" - graznaba la anciana sin dientes y todos corrían en busca de las conchas de caparazón de tortugas, a escoger los más grandes para que cupiera la mayor cantidad del escaso dulce, yo esperaba a que comenzara a ponerse el sol y el cielo quedara del mismo color del dulce de abejas, era ahí donde estab su real punto, su sabor excelente y mientras todos sorbían los restos con alas y patas y lancetas, yo comenzaba a paralizarme por el primer sorbo del dulce más dulce de la tierra